A menudo, acuden a mis clases de yoga o meditación personas que terminan por confesarme que no se sienten ricas de espíritu, incluso que se consideran malas personas y quieren cambiarlo. He de decir que, por suerte, a día de hoy, se considera inteligencia no sólo a la capacidad de hacer operaciones matemáticas sino a otras muchas capacidades que tenemos. En el caso que nos ocupa, el desarrollo de la inteligencia emocional sería lo más adecuado.
Desgraciadamente, esta no es una tarea fácil, pero sí puedo contarte en qué consiste dicho desarrollo y qué hábitos debes adquirir si quieres convertirte en una persona emocionalmente saludable.
¿Qué hacer para desarrollar la inteligencia emocional?
Te voy a dar diez trucos infalibles para que, cambiando, poco a poco, ciertos detalles de tu vida, empieces a crecer emocionalmente.
Conocer y reconocer los sentimientos
Este primer punto es, quizás, la muestra más clara de que una persona está desarrollada emocionalmente puesto que, en mayor o menor medida, condiciona todo lo que vas a leer después.
Es importante no confundir lo que sentimos y pensamos, para lo cual necesitamos tener una muy buena cultura emocional. Confundir sensaciones y emociones nos puede llevar a actuar de una manera errada. Además, el hecho de saber lo que sentimos hace que actuemos sin dudas y que los comentarios o actuaciones de los demás no nos puedan confundir.
Reconocernos es el primer paso para saber cómo actuar. Del mismo modo, tener este conocimiento sobre los demás (escudriñando su lenguaje no verbal y sus expresiones) hará que podamos obtener una muy buena información sobre esas personas
Saber expresar lo que tenemos en nuestro interior
Por lo general, quien ha conseguido lo anterior, termina consiguiendo dar salida a sus pensamientos y emociones de una manera adecuada. Por supuesto, habrá personas con acciones más abruptas que necesiten algo de práctica pero es algo que va muy ligado.
Esa cultura emocional nos permite saber también cómo es correcto o tácito comportarse en las diferentes circunstancias en las que nos podamos encontrar cuando nuestros sentimientos, buenos o menos buenos, afloren.
Tenemos que ser capaces de analizar el contexto y, en función de ello, regular lo intenso de nuestras actuaciones y de nuestras palabras. Pero, además, hay que hacerlo sabiendo ser honestos y pudiendo expresarnos hasta sentirnos complacidos (evidentemente, tenemos que llegar al punto de que nuestra complacencia no se base en explotar y sacar toda la m****a).
En definitiva, nos convertimos en dueños de nuestra expresión emocional, controlando cómo la dejamos salir, sin que nuestro interior se desboque.
Ser fuerte
Una personalidad firme es esencial para no dejarse llevar por lo que los demás nos digan. No olvidemos que esto causa un gran retroceso en nuestro desarrollo, por lo tanto, debemos utilizar todas las herramientas que tenemos en nuestra mano para evitarlo, como, en este caso, la capacidad de, conociéndonos, reducir al máximo la importancia que le damos a las opiniones ajenas sobre nuestra persona o nuestros actos.
La ofensa no debe formar parte del fuerte de emociones puesto que nos condiciona y nos hace generar sentimientos negativos. Una de las múltiples formas de evitar ofendernos es discernir entre las críticas constructivas y las destructivas, desechando estas últimas antes de que lleguen a formar parte de nuestros pensamientos o, peor aún, de nuestros actos.
Además, reconocer un ataque y actuar frente a él de manera elegante, con talante y educación nos reconforta y hace que nuestras sensaciones internas estrechen su relación y se unan, formando un conjunto que se vuelve todavía más fuerte, férreo.
Saber reconocer las equivocaciones y rectificar
Evidentemente, el hecho de aceptar esas críticas constructivas, no debe quedarse ahí. Debemos utilizar esa información para trabajar sobre ella hasta lograr reconocer nuestros errores y, por supuesto, aprender a rectificar para hacer las cosas de la manera correcta.
No olvidemos que las equivocaciones forman parte de nosotros y de un proceso vital: el aprendizaje. Es por este motivo que toda equivocación debe ser útil para nosotros y no sólo para curarnos en humildad sino también para aprender una nueva lección de vida.
La persona emocionalmente desarrollada es capaz de utilizar cualquier experiencia en su beneficio, sacar de donde no hay, ver donde nadie ve.
En nuestra empresa por rectificar debemos:
- Comprender en qué hemos errado y esforzarnos por aprender qué es lo correcto.
- Pedir perdón, si procede. Esto lo haremos de forma sincera si hemos llegado a reconocer los sentimientos de los demás, tal y como comentábamos antes. Pedir perdón incluye también abrirse hacia el otro y reconocer el error; es cuestión de cada cual y de quien le escucha), pero abrirse en la disculpa suele ser reconfortante para ambas partes.
- Enmendar la acción siempre que sea posible, con acciones relacionadas con lo ocurrido. ¿Cuántas veces hemos visto una escena en la que el marido, que olvida un evento importante, aparece con flores? Es un bonito detalle, sí. Pero un regalo no va a arreglar el hecho de que no prestes la debida atención a tu esposa o el que no hayas sacado tiempo para estar con ella. Una rectificación más acorde sería, por ejemplo, esforzarte por recordar fechas importantes en su vida (que no la vuestra) y, por supuesto, darle, con creces, ese tiempo que le prometiste, además de, por supuesto, ponerte las pilas y empezar a gestionar tu tiempo para no volver a hacer una promesa que se incumplirá.
- Tratar de aprender sobre lo ocurrido, regando esa inteligencia emocional que estamos cultivando.
Evitar pensar en la perfección
Evidentemente, si reconocemos que tenemos errores… ¿qué sentido tiene obcecarse con alcanzar la perfección? Y eso en el supuesto de que sepamos qué es la perfección o qué supone para nosotros.
Y en cualquier caso, no, nunca podremos ser perfectos. Este sustantivo no es más que una ilusión que, si nos obsesiona, nos llevará a alejarnos de nuestra realidad e incluso a actuar de manera poco ortodoxa para conseguirlo todo a cualquier precio. Eso nos termina por pudrir por dentro.
Lo que hay que hacer es encontrar un conjunto de situaciones en las que nos sentimos cómodos, que nos hagan sentir conformes y felices; esa podría ser la perfección.
Cuidar la salud
A menudo, querer destacar en un aspecto nos hace despreocuparnos de otros. Desgraciadamente, la salud es uno de los más abandonados.
Una persona que lleva a sus espaldas todo lo anterior debe estar al 99%. Esto se consigue, en buena medida, gozando de una buena salud. Para ello, algunas actuaciones muy sencillas, básicas y reconfortantes, llenas de beneficios son hacer algo de deporte, tener una alimentación sana, equilibrada, suficiente y justa, dormir el tiempo suficiente… Como ves, son puntos que influyen a nivel físico y mental, por lo que resultan de gran importancia a la hora de ser lúcidos y de trabajar sobre nosotros mismos.
Tener un enfoque positivo
Ya hemos comentado que aprender de los errores es necesario. Algo similar ocurre en esta ocasión. Hablamos de encontrar lo positivo aún en las situaciones más difíciles.
¿Cómo crees que se siente alguien que continuamente piensa mal, tiene bajas expectativas o se centra en lo negativo? ¿Dirías que se trata de una persona cuya inteligencia emocional crece día a día? ¿O más bien se marchita? ¿Crees que alguien así puede ser fuerte? ¿Qué pude desechar las opiniones destructivas de los demás? ¿Crees que sabe diferenciar lo que está bien y los errores? En absoluto.
Debemos saber que el entorno en el que estamos va a ser agresivo con nosotros. En primera instancia, porque no se ha formado en función de nuestra personalidad y nuestros gustos y, en segundo, porque, por lo general, los círculos sociales, las situaciones diferentes, tienden a ser agresivas.
Es decir, el mundo nos va a dar bofetadas continuamente porque no está hecho por y para nosotros. Por ello, debemos estar preparados y afrontar las situaciones de la manera más positiva posible, exprimiéndolas para conseguir lo mejor de cada una de ellas.
Así, nos llevaremos mucho. Aprenderemos a buscar nuevas soluciones a lo que la vida nos plantee, aprenderemos sobre el comportamiento humano, podremos hacer comparaciones que nos ayuden a enriquecernos como personas… En definitiva, tenemos que vivir, y hacerlo de una manera en la que siempre nos llevemos algo positivo.
Mantenerse en un entorno de buenas vibraciones
Lo que acabamos de comentar en el punto anterior está muy bien pero… sinceramente, nos sentimos mejor si no tenemos que pasar el día luchando por sobrevivir y por rascar lo positivo de malas situaciones. Será mucho mejor, en la medida de lo posible, evitarlas.
Formar parte de un entorno sano nos hacer crecer sanamente. No tenemos que luchar por evitar lo que sentimos y cambiarlo por algo mejor sino que nuestro propio entorno (si es bueno) nos hace, directamente, tener buenos sentimientos, estar cómodos y sentirnos buenas personas; nos formamos una sana perspectiva que nos hace vivir un poco menos en tensión.
Defender nuestra asertividad
La asertividad es esencial para sentirnos emocionalmente sanos y completos. Necesitamos ser capaces de expresar nuestras apetencias y nuestras decisiones sin hacer daño a los demás. No debemos permanecer callados, atados o agobiados por no hacer daño a los demás o por no causar descontento.
Debemos poner nuestros límites, fijarlos y darlos a conocer, pero respetando a los demás pero, sobre todo, a nosotros mismos. ¿Cómo te sientes cuando haces algo con lo que estás de acuerdo sólo por contentar a alguien o por no causar un problema? Realmente es un sentimiento horrible.
Nos vemos pisoteados y creemos que nuestros objetivos no se pueden cumplir; nos hacemos pequeñitos; eso es algo que no podemos permitir.
Dar valor a lo nuestro
El último de los hábitos a adquirir si quieres que tu inteligencia emocional crezca es valorar lo que tienes.
Tu atención debe estar contigo y con los que te rodean, viviendo el aquí y el ahora. Por ello, no debes perderte en aquello que no has conseguido o que tan lejos queda, al igual que tampoco debes obsesionarte con lo que tienen los demás.
Tú eres dueño de lo tuyo; mucho o poco, pero es tuyo. Debes reconocer lo que has hecho y lo que has conseguido a lo largo del tiempo; valóralo y siéntete orgulloso porque debes estarlo.
Por otro lado, si crees que lo que tienes no es suficiente (después de sentarte a valorarlo) y consideras que puedes aspirar a más, que estás capacitado para conseguirlo y que lo mereces, plantéate nuevos objetivos y ponte a trabajar para conseguirlos.