Con la llegada de un nuevo año son muchas las personas que se proponen algunos cambios en su vida. Aprender inglés, dar clases de esquí, pasar más tiempo en familia, la típica dieta…Pero hay quien quiere hacer un cambio sobre su personalidad o sobre su manera de llevar su vida, su relación con los demás… Es un proyecto, desde luego difícil y que hoy vamos a tratar. ¿Alguna vez te has preguntado por qué nos cuesta tanto cambiar?
“Cambiar”, una palabra tan corta y que tanto esfuerzo supone al ser humano. Pero precisamente por ese motivo el conseguirlo nos hace desarrollarnos y crecer. Así, quien desea ese desarrollo debe conocer cuáles son los motivos por los que nos cuesta tanto cambiar.
Motivos por los que nos cuesta tanto cambiar
Veamos qué cuestiones son las que hacen que en ocasiones no seamos capaces de gestionar esos cambios que queremos introducir en nuestras vidas y en nuestra propia forma de actuar e incluso de pensar.
Cambiar resulta incómodo
Si tanto nos cuesta cambiar, obviamente, porque es incómodo. ¿Quién desea vivir en un esfuerzo continuo cuando puede, simplemente, ser como es?
Las proyecciones a corto plazo nos hacen pensar que el esfuerzo será continuado y, por ende, que no merezca la pena “vivir” esforzándose. Sin embargo, una vez hecho el cambio no hay que hacer nada, nos convertimos y nuestras nuevas actuaciones se vuelven naturales.
Es necesario hacerle frente a los miedos
Cambiar significa empezar a tratar con aquello que no conocemos. El desconocimiento implica miedo, y preferimos ser infelices a vivir con una incertidumbre. Sólo el conocimiento es capaz de hacer frente al miedo así como las experiencias que tenemos que vivir. Y para vivir experiencias y aprender es necesario pasar a la acción y decir “hoy voy a cambiar”.
El problema es que, como decimos, el desconocimiento se percibe como algo negativo capaz de infundirnos miedo y preferimos evitarlo, aunque sea a costa de nuestra felicidad.
Y superar los fracasos
Los cambios implican errores y estos, a menudo, se conciben como fracasos. Y aunque cometer fallos lleva implícita una cantidad significativa de aprendizaje, preferimos no aprender y esquivar esos fracasos.
El proceso es muy sencillo: Aprender, practicar, equivocarse, corregir y volver a empezar. Se trata de un círculo en el que el aprendizaje es constante pero que también implica no hacer siempre las cosas bien, y no nos gusta vernos en este punto, por ello, simplemente, no lo hacemos.
Debemos gestionar la incomprensión
Si nuestro control y la gestión de nuestras emociones y sensaciones no fuese suficiente, intentar cambiar supone, en prácticamente todos los aspectos de nuestra vida, que las personas que nos rodean no nos entiendan o que, al menos, no sepan cómo actuar o lo hagan de una manera que no hace más que empeorar la situación.
Esta actitud es perfectamente comprensible puesto que todos, en mayor o menor medida, están acostumbrados a recibir por tu parte un trato que va a ir desapareciendo, transformándose. Esto no siempre gusta, sobre todo al principio, y no serán pocos los que te lo hagan saber. Además, también te encuentras con aquellos que cuestionan tu cambio de actitud de manera activa, añadiendo una dificultad extra al proceso.
Si tu propósito es cambiar ya has dado un gran paso, pues sabes qué es lo que, hasta el momento, te lo impedía. Para dar lo mejor de ti mismo es importante este aspecto. Si, además, quieres poder desplegar todo tu potencial en todos los ámbitos, déjame acompañarte. Todos tenemos un activo esencial para cambiar: la capacidad de aprender; déjame ayudarte a que aflore.