Es posible que el término “atiquifobia” no te suene de nada pero que si te digo “miedo a fracasar” lo entiendas a la perfección, no por los vocablos en sí sino porque se trata de algo que vives diariamente.
Desgraciadamente, se trata de un temor muy común en nuestra sociedad, una enfermedad del primer mundo realmente. Sin embargo, al igual que se da en un alto porcentaje de personas, he de decir que esta es una fobia fácil de superar si se tiene determinación para conseguirlo.
¿Qué es el miedo a fracasar exactamente?
El miedo al fracaso es un temor que surge cuando se crea una expectativa sobre nuestro trabajo que está relacionada con nuestro rendimiento o, en general, con nuestras capacidades. Dicho de otra manera, consiste en temer no alcanzar unas expectativas, sean de otros o autoimpuestas por nosotros.
Los síntomas del miedo al fracaso
Como podrás imaginar, esta fobia trae consigo ciertos síntomas, ninguno de ellos positivo. Vamos a mencionarlos.
- Evitar esas tareas con expectativas. Siempre vamos a tender, tanto consciente como inconscientemente, a evitar realizar ese tipo de actividades en las que tengamos que demostrar nuestro rendimiento. Puede ser tirar un penalti en el último minuto, encargarse de dar clases particulares o elegir un puesto en el que seas responsable de otros trabajadores.
- Autoexigencia. También vas a notar que te exiges demasiado y que eres demasiado rígido. Esto se da por diversos motivos, entre ellos el querer “prepararnos” a las bravas para superar esos problemas o por el hecho de pensar que no somos lo suficientemente buenos y no nos merecemos relajarnos.
- Necesidad en la perfección. Este no es un síntoma muy frecuente, pues muchas personas con miedo al fracaso prefieren llevar una vida sin exigencias de cara a los demás. Sin embargo, también se da el punto contrario en el que, aún temiendo esas situaciones, tratemos de hacer que todo sea perfecto a nuestro alrededor. Esto ocurre porque tenemos la necesidad de ver que somos buenos en otras cosas diferentes a esas que nos producen pavor, aunque sea simplemente a la hora de mantener perfectamente ordenado nuestro armario.
- Autoimagen negativa. Definitivamente, los atiquifóbicos saben que lo son. Son conscientes de su “problema” y, a menudo, tienden a minusvalorarse, creando una imagen propia negativa y mermando su autoestima.
- Bloqueo cognitivo. Cuando llevamos a cabo esas actividades pavorosas nos quedamos en blanco o nos dan lapsus.
- Distorsiones cognitivas. Hacemos predicciones pesimistas (como ya hemos indicado), del tipo “¿qué sentido tiene que… si por culpa de… no voy a lograr…?”, nos etiquetamos a nosotros mismos (“cuando haga… se darán cuenta de lo mal que…”) y, por supuesto, exageramos de manera desmedida (“si no consigo… se darán cuenta de… y por ello…).
- Síntomas a nivel físico. Físicamente también se dan síntomas que resultan evidentes tanto para nosotros como para el resto, lo cual resulta tremendamente incómodo. Taquicardias, sonidos estomacales, diarrea, voz trabada, sudoración o temblores son habituales.
Tener algo de miedo a fracasar no es malo, nos hace estar alerta, motivados para esforzarnos y superarnos. Sin embargo, cuando ello se convierte en fobia nos enfrentamos a un problema puesto que nuestra conducta se va a ver continuamente condicionada por prácticamente cualquier aspecto que vivamos.
¿De dónde surge ese miedo?
Aunque son muchos los motivos en los que nos escudamos cada uno de nosotros, lo cierto es que todos tienen unas mismas raíces.
- Educación estricta. La gestión inadecuada de los resultados de los niños durante su desarrollo resulta crucial para formar este aspecto tan importante de su personalidad. Hay que ser exigentes, pero de manera sana y lógica, estableciendo expectativas acordes a la edad y las posibilidades específicas de cada niño. Si no es así, se genera una presión continua que, por lo general, aumenta con la edad, a la vez que se da un rechazo por parte de los padres cada vez que algo sale mal, lo cual afecta muy negativamente a nivel psicológico a la persona, que comienza a verse como alguien menos capacitada o sin valor desde sus primeros años de vida; es lo que se le ha enseñado.
- Confundir el fracaso con los errores. Si concebimos el error como un fracaso seguramente vamos a terminar temiéndolo. ¿Por qué? Porque cometemos fallos muy a menudo. Si cada vez que esto pasa consideramos que hemos fracasado, lo que conseguimos es creer que somos incapaces de realizar hasta aquello más sencillo. Sin embargo, un error es una manera de aprender y esa es la única forma en la que debemos concebirlo y no como nada negativo.
- Valoración inadecuada, incompleta o incorrecta de nosotros mismos. Ambos puntos anteriores (y muchos otros que nos hayan afectado) terminan por hacer que nos consideremos, como ya hemos dicho, menos capaces. Si a ello le sumamos una anticipación pesimista de las consecuencias de nuestros actos, nos topamos de cara con una estampa en la que fracasamos.
- Miedo al éxito. Curiosamente, este es uno de los factores que más se repiten. El vértigo que produce el éxito es demasiado para algunas personas y comienzan a boicotearse para no triunfar y no enfrentarse a esa situación. El problema es que al final se acaba generando un rechazo hacia ese fracaso puesto que se acaba deformando la realidad hasta el punto de creer firmemente que lo que se teme es fracasar (que es algo más comprensible que tener miedo a triunfar, se supone).
Vencer la atiquifobia es posible; ¡supera tu miedo a fracasar!
Respecto a esto, lo primero que tengo que indicar es que yo no soy médico y que un caso grave de atiquifobia suele requerir de asesoramiento psicológico, al menos durante parte del proceso. Por ello, yo sólo puedo hablar desde mi experiencia y contarte cómo lo logré yo, que tenía un temor que, mejor o peor, me permitía lidiar con esas situaciones incómodas.
- ¿Qué es el fracaso? Considéralo como un error más (y no al contrario), una oportunidad de aprender.
- Inténtalo. Quedarte quieto no te va a hacer avanzar, nunca conseguirás tus metas si no lo intentas. Y si sale mal, aprende y date otra oportunidad, y otra, y otra… así hasta que lo logres. La práctica es la mejor maestra, ¿nunca lo has escuchado?
- Sé realista. A menudo escucho decir “no puedo”, “esto no es para mí” y demás. ¿Por qué no vas a poder? Créeme que yo también lo he hecho y aquí estoy, dando clases cuando siempre he tenido pavor a dar charlas, hacer presentaciones y demás. “No podía”, lo intenté muchas veces y, ¡vaya! Resulta que sí que puedo y que, además, me gano la vida gracias a ello.
- Conoce tus metas. Ser realista requiere pararse a pensar en cómo somos (para lo cual tenemos que conocernos a nosotros mismos). En base a ello debes establecer unas metas realizables y realistas. No te preocupes si en un principio parecen pequeñas porque esto irá cambiando conforme vayas sintiéndote más cómodo en estas situaciones que tanto te perturban.
- Analiza los resultados. Es importante que entiendas que las cosas no pueden salir siempre exactamente como te gustaría, pero no por ello lo has hecho mal. Busca el enfoque contrario: a pesar de pasarlo tan mal has conseguido muchas cosas (aunque no sean todas las que te hubiese gustado).
- Gestiona el miedo. Por último, te dejo un artículo sobre cómo gestionar el miedo (en general) que te va a permitir verlo desde otros ojos y profundizar más en el tema.